domingo, agosto 28, 2005

miércoles, agosto 24, 2005

"En el hombre, el recuerdo colma la discontinuidad de la presencia". Franceso Alberoni

sábado, agosto 20, 2005

Día 36. LA Prepa


A los coyotes

Confieso que este será un post muy cursi y quizá un tanto local pero LA prepa lo merece y más su recuerdo en mí. Lo mejor de vivir al día es que las emociones pegan más fuerte.
El martes pasado, sin pensarlo, vi caer la tarde en la que desde siempre fue mi segunda casa, si no es que la primera. Iba acompañado de una gran amiga, quien también suspiró entre salón y salón. La nostalgia que me arrojó aquello y el temblor en el cuerpo hicieron que recordara el valor que tiene ese espacio en mi vida.
Dice uno de mis hermanos, cuyo matrimonio se originó allí, que me llevaba a menos de un año de nacido y que gateaba por los pasillos. Mi cuñada cuenta lo mismo. Y les creo... porque en mi inconsciente siempre estuvo aquel lugar: cuando me preguntaron en la secundaria, cuál sería mi rumbo... sólo pensaba en Coyoacán sin saber por qué.
Y todo empezó ahí... en el turno vespertino, donde mi ñoñez puberta se transformó en un balde de realidad y de gozo, en un puñado de decisiones que necesitaban más de un minuto de reflexión, en imaginar que se es maduro cuando las noticias son inesperadas.
Ahí aprendí que podía llamar a alguien amigo, no sólo porque saliéramos cada fin de semana al lugar del que nos habíamos apropiado, sino porque al final de esos días pensábamos en cómo seríamos de viejos (y lo seguimos pensando).
Ahí aprendí que aunque no cruces palabra con muchas personas todo el tiempo, son importantes en tu vida... nunca olvidaré los muchos rostros en aquel funeral...
Conocí las cosas de las que muchos hablan pero no tienen idea de cómo son en realidad. Aprendí a querer a mi Universidad porque la conocí desde su corazón y sentía sus colores cuando ensuciaba aquel uniforme para defender la U y la M en el brazo.
Todo empezó ahí, donde supe por fin lo que era amar hasta calar en los huesos y sentir que las entrañas se desgarran por la ausencia.

domingo, agosto 14, 2005

Día 35. Morir de amor (II)

Nueva etapa, que deseo con ansiedad vivir, aunque se desaten otras que no sean muy reconfortantes. Lo que se ha hecho costumbre, de venir principalmente los domingos, quizá sea permanente en adelante.
No hay mejor remedio para el hoyo de fin de semana que escribir...
Es cierto, muere uno de amor pero nunca dejará de renacer en él, como bien dijeron ustedes mismos, justo como las vidas pasadas, y como Sabines lo entiende:
"...Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor.
Los amorosos viven al día,
no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan, no esperan nada,
pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar...
...Los amorosos no pueden dormir
porque si duermen se los comen los gusanos...
... Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo...".
Me aferraré entonces a la locura y a la soledad, pues bien dicen que más vale vivir amando. Quizá entonces regrese la felicidad y si no, también...
Que disfruten su domingo. Hoy está despejado y bien valdría sentir el aire en el rostro.

martes, agosto 09, 2005

Día 34. Morir de amor...

Viejas notas y letras en el reproductor portátil de música:
suspiros inevitables que emergen de la profundidad del alma.
Nada cambia en estas letras:
la misma soledad nostálgica diaria.
Morir de amor, dice García Márquez en uno de sus personajes, no es nada más una licencia poética, puede llegar a ser cierto.
Hace mucho que dejé de sentir algo así de fuerte por alguien. Quizá porque el ser dentro de mí (que amaba a la mujer de la sonrisa que no es la misma de antes), murió de amor también.

domingo, agosto 07, 2005

Día 33. Fantasías playeras


© Organista

"Porque ya he sufrido tanto, tanto, que no puedo contener mi llanto...", cantaba a lo lejos una voz sentida en algúnn reproductor de música mientras él yacía sobre la hamaca, repasando una y otra vez aquel encuentro en la playa:
Jadeos y gritos encerrados, movimientos cuyas formas se impregnaron en la arena suave.
Repaso del mismo ritmo, como la constante llegada del mar.
La eternidad.
La inmortalidad del espacio y sus elementos.
Aquellos sonidos, inesperados, llegaban con el silencio fugaz de las olas y el efímero avistamiento de las estrellas que danzaban en el aire.
Juego de imágenes que emocionaban al ser recreadas y completadas.
Al final, esa sombra acercándose, que desaparecía sin ser notada.